En mi afán de descartar aquellas verdades absolutas y hacerme uno de esos autoanálisis que acostumbro, termino por concluir algo nuevo.
Y es que tengo un punto a mi favor ... el conocimiento empírico que se obtiene gracias a la observación de la "psicología" que impone mamá en casa (que aunque suene poco efectiva y cuasi nada verídica ayuda a ser bastante "subjetiva").
Me atrevo a afirmar entonces, que el fracaso y la frustración que deriva del mismo, tiene un "efecto límite" ... todo lo malo se convierte en fatal y lo bueno es más que usual. En mi caso, el extremismo es característico. Es más fácil reconocer mis innumerables defectos que aplaudir mis logros -si es que los recuerdo aún-.
Mi costumbre además, es pecar de "indefinida". Personalmente, lo abstracto o impreciso tiene más lógica que lo concreto y universal. Los errores, aunque sin excusa y justificación para algunos ... para mí siempre responderán a un por qué (sino, ¿de dónde aprendemos?). Es más fácil cuando se señala y condena la falta en los demás, pero con uno mismo la metodología cambia... "Todos se equivocan menos yo"
Pues el trasfondo existe y me gusta analizarlo. ¿Complicada por ello? ¡Tal véz! Y aunque para aquellos prácticos y tajantes seres que consideran que girar en torno a ciertas interrogantes es amargarse la vida, yo, sin embargo, considero que aunque no es válido quejarse (y lo hago muchas veces) es INDISPENSABLE cuestionar.
Lo único malo es cuando toda esta onda de cuestionar se transfiere al ámbito emocional. Con lo académico, laboral y social se maneja. Pero cuando se trata de lidiar con las cuestiones personales...¡OUCH! responder ante ciertas interrogantes o asuntos inconclusos, analizarlos y buscarles el "por qué" resulta peculiarmente incómodo y se vuelve aún más incierto.
Como por ejemplo cuando te toca asumir que al romper el esquema y lo hérmetico de tu rutina, el cúmulo de emociones que no sentiste hasta entonces, se apoderan de ti y sólo quieren fluir. Es cuando encuentras, sin siquiera notarlo, un ente donde canalizas y proyectas todos aquellos sentimientos. La duración de aquel periodo de "metamorfosis" es más que momentáneo. Lo lamentable de todo este proceso, es que cuando eres el que menos tienes por arriesgar, terminas siendo el más herido. Surge una suerte de dependencia por todo aquello que de sentimiento, paso a ser "sensación". Conviertes a dicho ente en el foco de tu ideal y cuando ya no está, lo extrañas, lo recuerdas y lo mantienes en ti como si hubiera algo más por vivir a su lado... sin darte cuenta que ,probablemente si lo tuvieras junto a ti, dejaría de ser idóneo e incomparable. Porque uno anhela aquello que no tiene, que dejo ir, o que dejaron. Se convierte en una suerte de reto personal y cuestiones de amor propio, sin poder comprender que era sólo una etapa y tenía un final. Porque no era el quién, sino el qué... y habrán muchos "quién" más.