"Amor es el primer sentimiento que hay
antes de que todas las cosas malas aparezcan"
Antes que el mundo tomara su forma real, tras el brillo de sus ojos que remplazaba al de las estrellas, donde no podía saber que tiempo era, porque los días estaban supeditados al deslumbrante color de su esencia. Antes de que los árboles se vieran detenidos en crecimiento, alcanzando los astros más grandes en las noches de luz intensa. Y antes de que el frio se convirtiera en vacío, cuando aún bajo la lluvia él la dejaba sin aliento. Fue ahí donde se detuvo su corazón, en donde todo era fantasía y ella, flotante e inocente, estaba a expensas de un amor que la mantenía viva.
Un amor más bello que las estrellas o los árboles, que todo lo curiosamente escondido en la profundidad de la tierra. Sus ojos llenos de fuego, su piel suave cual olas que se dejan recorrer y sus manos siempre como la pieza exacta, listas para encajar.
Durante muchos años, la magia tomó otro concepto, el cuento y las hadas se perdieron entre el difícil reto de seguir, de crecer. Las pinceladas que definían los pasos de aquella soñadora, no eran más que un devenir incierto. Superó la mayoría de las vallas, y vio en cada tropiezo un atardecer que limitaba el crecimiento de las flores, de los árboles y de los sueños.
Modeló el amor, lo racionalizó. Con cada intento, pretendía, involuntariamente, capturar con ternura e inocencia, explorar el fondo, tocar el alma pero nadie se detendría ante ello. Nadie demandaría más de lo usual. Nadie congelaría el tiempo. Nadie pero nadie, le demostraría lo que se esconde tras la luz del sol. Porque si tan sólo fuera descubierto, la autenticidad confundida con debilidad, terminaría por revelar los sentimientos más puros y escasos sobre la faz de la tierra. Fue entonces cuando aprendió a ocultarse... a fluir.
Y todo se mantuvo igual hasta que un día ese amor que nunca envejecía, se formó una vez más, en la fundación del tiempo y ella, descubrió que su hermosura se mantuvo intacta, inamovible. La juventud de ya no el niño, pero aún tampoco el hombre, el que le había enseñado a soñar y al cual en los silencios más profundos podía mirar con la misma devoción e intensidad. En un segundo, veía florecer a través de sus ojos, todo aquello que sembró el día que lo besó.
Y supo, luego de un largo suspiro, que cuando los árboles se volvieran ante sus pies, las estrellas se alinearan iluminando su camino, y lo inexplicable y complejo del destino la guiara una vez más hacia sus labios, sería entonces, para quedarse en ellos .....................